Se extiende en aproximadamente trescientos kilómetros por la frontera entre Brasil y Perú.
Funciona como divisoria entre los ríos que fluyen hacia la cuenca del Ucayali y de los que discurren hacia el este de Brasil, como el Río Juruá y el Río Yaquerana.
En Brasil, el Parque Nacional de la Serra del Divisor es una zona protegida de una extensión de alrededor de 8375 kilómetros cuadrados, completamente cerrada para cualquier visitante externo.
En Perú, en cambio, la “Zona Reservada de la Sierra del Divisor” tiene una superficie de 14783 kilómetros cuadrados.
En este enorme territorio amazónico, una de las áreas más remotas de Suramérica, hay también algunos animales en vía de extinción como el uacarí calvo (cacajao calvus).
En los alrededores de la Sierra del Divisor hay otras dos enormes regiones protegidas donde viven indígenas en aislamiento voluntario: la reserva territorial Isconahua en Perú y la “Terra indígena Vale do Yavarí” en Brasil.
En la zona reservada de la Sierra del Divisor hay posiblemente indígenas no contactados; me refiero al sector de las fuentes del Río Yaquerana, del Río Blanco y del Río Tapiche. En efecto, varias veces se han detectado huellas, chozas utilizadas por los nativos para dormir, flechas y recipientes de cerámica.
Uno de los primeros testimonios de la presencia de indígenas no contactados se remonta al 1970, cuando el guía Jorge López Saavedra transmitió la noticia de que en las cercanías de una de las fuentes del Río Tapiche encontró muchas huellas humanas y algunas chozas denominadas “masaputes”, de unos dos metros de altura. Según Saavedra, aquellos indígenas eran Amahuaca.
Otro testimonio fue el de René Ribeiro Blanco, quien permaneció alrededor de tres años en lo profundo de la selva amazónica (1984-1987), en las fuentes del Río Yaquerana. Según Blanco, en el área del Río Chobayaco viven nativos barbudos, que él denominaba Remoauca.
Eduardo Pacaya Tamani es un peruano que trabajó como guardabosque en la zona del Alto Tapiche y del Río Yaquerana, de 1988 a 1994. Contó que en varias ocasiones se encontró con nativos altos y barbudos, muy mansos pero a veces intratables, que ofrecían carne de faisán y de otras aves. Por lo general, iban desnudos, pero se adornaban el cuerpo con plumas de papagayo. Según la descripción del señor Pacaya, parece que los autóctonos con los cuales tuvo contacto pertenecieron a un grupo aislado de Matsés, ya que hablaban la lengua pano y tenían algunos signos en el rostro.
En el 2004, durante una expedición guiada por la antropóloga Miriam Matorela Zarate, que tenía por objetivo buscar información sobre el grupo de indígenas Isconahua, se encontró un ánfora de cerámica en buen estado de conservación, que a primera vista parecía de 50 años de antigüedad.
También durante una expedición en el 2003, patrocinada por Aidesep, se recogió mucha información sobre la presencia de nativos no contactados en la zona de la Sierra del Divisor, que algunos colonos mestizos llaman Remoauca.
Se encontraron huellas recientes, restos de fogatas, vasos de cerámica abandonados y cabañas improvisadas utilizadas para dormir, especialmente en los afluentes más lejanos del Tapiche, como el Río Bombo y los ríos Remoyacu y Pumayacu.
En el 2007 se recogieron otras evidencias de indígenas no contactados en el Río Alto Yaquerana y en las fuentes del Río Tapiche, zonas incluidas en la Reserva de la Sierra del Divisor.
Según Jilberto Vásquez Acho (testimonio del 2007), estos indígenas son los Remoauca y viven en las fuentes más remotas del Río Yaquerana, justo en la Sierra del Divisor.
Por tanto, es casi cierta la presencia de indígenas no contactados al interior de la “Zona reservada de la Sierra del Divisor”, cuya lengua probablemente pertenece al grupo lingüístico pano.
Sin embargo, es interesante comprobar que el futuro de estos seres humanos que viven todavía aislados en la selva amazónica de la Sierra del Divisor se está decidiendo en anónimas oficinas de Lima o, mucho más probablemente, en otras oficinas de ciudades del norte del mundo, sedes de multinacionales ávidas en acaparar lo antes posible los abundantes recursos presentes en su territorio.
Actualmente, en Lima, hay dos corrientes de pensamiento.
La primera, la llamada “conservativa”, quiere transformar la zona reservada de la Sierra del Divisor en Parque Nacional, con el fin de prohibir cualquier actividad extractiva en su interior (madera, minerales o biodiversidad), para preservar el ambiente y los indígenas que viven allí.
La segunda corriente, en cambio, quiere que se les conceda a algunas empresas nacionales (por ejemplo, Petroperú) o extranjeras, la autorización de explotar la Sierra del Divisor, que es seguramente riquísima en petróleo, preciosa madera, biodiversidad y minerales raros como el cobalto y el oro.
En mi reciente viaje a la “Reserva Nacional Matsés” y a las tierras colindantes a la reserva, noté que en Perú se está iniciando un proceso en cierta medida parecido a la tendencia indigenista que se desarrolló en Brasil.
El primer paso es el eventual contacto de indígenas aislados.
El segundo paso es la demarcación del área; se procede a expulsar a los “madereros” o guardabosques ilegales y a cualquier eventual “garimpeiro” (término utilizado en Brasil para indicar a los buscadores ilegales de oro o de otros minerales).
A otros indígenas se les concede explotar las reservas forestales de su territorio; prácticamente se les autoriza a comerciar la leña (en forma sostenible, se dice). Esta última, sin embargo, es una actividad que no tiene nada que ver con su economía ancestral. Al mismo tiempo se les prohíbe cazar y a veces incluso pescar.
A este punto los indígenas ya están adoctrinados y liderados, ya no son libres ni artífices de su propio destino.
El último paso –aberrante-, y que ya está en práctica en Brasil, pero no todavía en Perú, es la asignación de un salario de por vida a los indígenas, que se convierten entonces en seres dóciles, fácilmente controlables y corruptibles. Esto fue lo que sucedió en muchas áreas indígenas en Brasil, donde a veces los indígenas se transportan en poderosos SUV y exportan diamantes (ver mi artículo sobre el Río Roosevelt).
La Zona Reservada de la Sierra del Divisor, con las tierras contiguas de la reserva Isconahua y de la Reserva Nacional Matsés, son todas áreas de difícil acceso, que se prestan a este tipo de explotación de parte de empresas nacionales y extranjeras.
Si nadie sabe lo que sucede al interior de una zona forestal inmensa, y si con la excusa ambientalista e indigenista se prohíbe el acceso a cualquier persona, las actividades de extracción dentro del área en cuestión terminarán casi seguramente beneficiando a un estrecho grupo de personas, mientras que los indígenas serán manipulados, creyendo, en cambio, estar siendo respetados y valorados.
El segundo paso es la demarcación del área; se procede a expulsar a los “madereros” o guardabosques ilegales y a cualquier eventual “garimpeiro” (término utilizado en Brasil para indicar a los buscadores ilegales de oro o de otros minerales).
A otros indígenas se les concede explotar las reservas forestales de su territorio; prácticamente se les autoriza a comerciar la leña (en forma sostenible, se dice). Esta última, sin embargo, es una actividad que no tiene nada que ver con su economía ancestral. Al mismo tiempo se les prohíbe cazar y a veces incluso pescar.
A este punto los indígenas ya están adoctrinados y liderados, ya no son libres ni artífices de su propio destino.
El último paso –aberrante-, y que ya está en práctica en Brasil, pero no todavía en Perú, es la asignación de un salario de por vida a los indígenas, que se convierten entonces en seres dóciles, fácilmente controlables y corruptibles. Esto fue lo que sucedió en muchas áreas indígenas en Brasil, donde a veces los indígenas se transportan en poderosos SUV y exportan diamantes (ver mi artículo sobre el Río Roosevelt).
La Zona Reservada de la Sierra del Divisor, con las tierras contiguas de la reserva Isconahua y de la Reserva Nacional Matsés, son todas áreas de difícil acceso, que se prestan a este tipo de explotación de parte de empresas nacionales y extranjeras.
Si nadie sabe lo que sucede al interior de una zona forestal inmensa, y si con la excusa ambientalista e indigenista se prohíbe el acceso a cualquier persona, las actividades de extracción dentro del área en cuestión terminarán casi seguramente beneficiando a un estrecho grupo de personas, mientras que los indígenas serán manipulados, creyendo, en cambio, estar siendo respetados y valorados.
YURI LEVERATTO
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